jueves, 14 de abril de 2011

A jugar se aprende jugando...

Estaba empapado. Intentaba encender el pitillo pero no lo lograba y su desesperación aumentaba. Qué hacía allí, qué coño estaba haciendo con su vida. Lo que hace años tenía sentido, ahora carecía por completo de razón. La había perdido. A ella y a la razón. Pero no era eso lo que le enfadaba, lo que le enfadaba era haberse perdido a él también por ser lo que ella buscaba. Y para qué. Lanzaba el mechero con furia a la acera, y destrozaba el cigarrillo mojado entre sus manos. Quién en su sano juicio piensa que las cosas son para siempre, quién es el estúpido que aún cree que en el mundo en el que vivimos dejarlo todo por seguir a una persona, dejarlo todo por amor... funciona. Los dos habían sido víctimas del éxito, del que tenían por separado. Y allí estaba con poco más de veinte años, treinta euros en la chaqueta, una vida por delante y nada de lo que había planeado. Su vida era como sus vaqueros, ajustada y gris, y sus días como los cuatro cigarros que le quedaban en la mano, todos iguales. Pero algo tenía de diferente aquella noche, uno siempre guarda un mechero en el bolsillo trasero... aquella noche no la iba a pasar a oscuras, alguien la encenderia.

1 comentario:

  1. Este texto te transporta directamente. El más sencillo, el que más me gusta.

    "Su vida era como sus vaqueros, ajustada y gris, y sus días como los cuatro cigarros que le quedaban en la mano, todos iguales."

    Genial.

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