viernes, 29 de julio de 2011

El doble filo de la felicidad.

Sólo quería ser feliz, y llorando se ahogó en su barco de papel. No había vuelta de hoja, estaba todo escrito por él. Por mucho que ella intentara borrarlo con sus lagrimas, no cambiaba la realidad, sólo emborronaba el alma y las ganas. Mojaba su hastío en el agua en calma, entregaba su vida y su ser en su cama y apenas le quedaba hueco en el alma para coger un pedazito de ella y reservarla, para cuando ni él ni la vida se dignaran a tratarla. Se negó a quererla y ella se negó a no sentirse querida. Era suya y de nadie, era del mar y del viento, era tanto que no era nada, era todo con él y un despojo tras la farsa. Tanto fue que empezó a ser menos, tanto que sus pulmones se encogieron y en su agonía, sólo podía gritar para sus adentros. Tanto que él no quiso sentir y ella ese lujo jamás se lo pudo volver a permitir.

Aquella anciana mujer se pasó la vida escribiendo a la tristeza, sola y abrazada a un álbum polvoriento y viejo. Más de sesenta años y un océano de lágrimas le costó entender lo que aquella noche, en una lucidez tan tardía como repentina iba a confesarme; "Mírame pequeña, la vida ya se había reído bastante de mí como para que ahora se pudiera permitir el lujo de hacerme daño... no te enamores." Para ella ya era tarde; para mí... también.

lunes, 25 de julio de 2011

Por la boca muere el pez...

Todos somos valientes hasta que llega el día en que dejamos de serlo. Cuando tus manos, tu boca y tu voz dejan de pertenecerte a ti y se las das por completo a alguien cada día es un reto, un dulce reto que atenaza tu cuerpo. Tienes miedo. Yo ya no ser sin ti, y eso me da auténtico pavor. ¿Cómo has conseguido que una persona que siempre ha pisado el suelo deba esforzarse ahora por bajarse de las nubes? Yo sé cómo, hubiera bastado con que no me besaras, con que no me miraras así, con que tu manos no me hubiesen hecho subir al séptimo cielo y con que tu boca no me hubiera hecho creer que tengo derecho a ser feliz. Hubiera bastado con que no te hubiera conocido, pero ya es tarde. Ya es tarde porque ahora que te conozco, no sé querer otra cosa que no empiece en tus labios y termine en tus brazos. Porque no tengo otro hogar que tu cuerpo y otro fin que tu felicidad. Sólo me frenas tú. Sólo me aceleras tú. El resto no cuenta.

sábado, 16 de julio de 2011

Princesa de papel.

"Se aferraba a la sábana como si aquello fuera a darle el afecto que necesitaba. Aquel pequeño somier en el cuarto de servicio se le hacía grande y el colchón de plumas duro. No era cama para una princesa, pero ella no tenía claro si quería seguir siéndolo.  Para qué subir, para qué intentar rozar con la punta de los dedos las pequeñas cosas que de niña anhelaba si la ahoga el temor a perderlo todo. Para qué intentar atrapar una estrella, si cada vez que se pone de puntillas para cogerla alguien le ponía la zancadilla. Allí, en el cuarto de servicio, estaba bien. No había ventanas, asi que no podía soñar con la luna. No entraba el sol, así que no veía como su melena rubia se apagaba con el paso de los días. Las ojeras y el frío envejecía la piel de su rostro hasta hacerla similar a la de su corazón. No confiaba en que nadie la dejara ser feliz, quizá no lo merecía. Quizá había hecho tanto daño aprendiendo a ser mujer que ahora no había nada en el mundo que pudiera reparar el vacío que ella misma se iba creando. Él no tenía derecho. Había sido su amiga y confidente, su hermana  mayor.. y ahora, ahora no era nada, era una cualquiera, porque la lujuria y el alcohol le cegaba. O quizá la que había estado ciega de cariño había sido ella. Quizá aquel dia estaba aprendiendo otra lección, o quizá solo ponia otro pesado lastre a su espalda. No es oro casi nada de lo que reluce apuntó en el resquicio mas triste de su mente. Volvía a sentirse defraudada. Le escocían tanto sus últimas palabras de desprecio que abría el grifo de la bañera y se sumergía en ella para llorar sin que nadie se diese cuenta y limpiarse de tanto reproche. Nunca era tarde para sentirse sucia y gris de nuevo. Sólo había algo que hacía de aquella mañana una mañana diferente, y era pensar que algún rincón de aquella ciudad, alguien pensaba un poquito en ella. Princesa de papel la llamaba su doncella, en cuanto llovía se deshacía como una niña entre sus brazos y se le emborronaban las letras de amor en sus ojos. Un amor que siempre describía pero que jamás supo sentir.