lunes, 19 de septiembre de 2011

Gravedad...


Esa extraña necesidad de aliviar tu pesar, de compartir tu soledad. De que mi cuerpo sea tu abrigo cuando el corazón se canse de volar a la altura a la que el suyo no vuela contigo. 

domingo, 11 de septiembre de 2011

Cómo olvidarlo... si jamás podré entenderlo.


No había cumplido los once años y estaba frente aquél gran televisor en casa de mi tía, sentada en el suelo. Todo el mundo se quedo en silencio, no daban crédito. Y yo revisaba todas las esquinas de la pantalla buscando algo que me dijera que aquello no era real, que era una película. Pero no, la voz titubeante de Ana Blanco no dejaba dudas. Era real. Un desgraciado accidente. Cambias de canal en busca de certeza, pero no encuentras nada. Entonces vuelve a pasar, otro avión, y un grito ahogado recorrió aquel salón. No quería hablar con nadie, me acurruqué en una esquina y me hice ajena a las conversaciones. Mis retinas captaron durante horas imágenes que nadie habría imaginado. Ni era un accidente, ni el ser humano está hecho para comprender tal atrocidad aunque aquél día se demostró que sí para cometerla, despojándose de todo rastro de humanidad. Dile tú a esa niña que dejara de llorar aquella noche encerrada en el baño mientras maldecía a Dios por toda la gente que había visto lanzarse por las ventanas en su desesperación. Me quedaban muchas cosas por comprender aún, y cada vez que comprendo alguna aparecen otras tantas que se me escapan. Aquél día el mundo se paró, pero no estoy segura de que el hombre aprendiera la lección. Y ese es el peor de los homenajes a las víctimas, porque a ellas y los que las querían una guerra injusta, el dinero y el fanatismo les arrebató la vida, y nosotros, que tuvimos ante nuestros ojos tan barbarie aún no sabemos vivir las nuestras y hacer más fácil la de los demás. Luchar por las personas y no por los ideales. Diez años después esa niña sigue llorando su incomprensión dentro de mí, y no creo que deje de hacerlo nunca.