domingo, 4 de diciembre de 2011

Y mi otra mitad... él.

Y aquél domingo el Oviedo llevó a Valdebebas el espíritu de un Tartiere que para mí sonaba lejano...

Recién llegada a casa sólo puedo dar las gracias. Porque en tan sólo un día y junto a ti, he recordado por qué me pasaba los fines de semana pegada a la radio con ocho añitos cuando apenas entendía la dimensión de aquél deporte, de aquellos colores, y aquellas palabras. Ni siquiera sabía qué significaba ser carbayón, pero yo sentía que lo era, y me gustaba. Hasta entonces nada me paralizaba durante más de dos segundos, y un gol en el Tartiere colapsaba mis sentidos. Porque recordé también por qué nos picábamos y apostábamos lacasitos en los clásicos. Por qué disfrútabamos tanto. Porque el fútbol iba a ser también la razón para conocer y querer a la que hoy puedo gritar bien alto que es como una hermana para mí. Porque hoy me he vuelto a dar cuenta que el fútbol lo es todo para mí y la razón es simple; no se trata de una pelota, de veintidós jugadores, de innumerables medios de comunicación o de cientos de discusiones en la barra de un bar. El fútbol son grandes y geniales nombres propios, conocidos o maravillosamente desconocidos, que conforman mi vida. Que se convierten en entrenadores de categorias modestas, en periodistas tan humanos como profesionales, en jugadores que son tan puros como su juego o en aficionados enormes de esfuerzos aún mayores. Grandes y geniales nombres propios que se convierten incluso en tus anhelos, en tu mejor amiga, en tu mejor amigo, o que no son otros que tu padre y tu madre, que siempre han estado ahí. Son cientos de gargantas, miles de palmas o millones de miradas puestas en algo común. Y es que es eso lo bonito, es más lo que nos une de lo que nos separa. Y pienso unirme a ti, para toda la vida. El sentimiento que nos une está claro, es azul.