El alféizar desde donde soñaba con la luna...
Un rincón para sentir, para dejarse llevar, para volver y para empezar... para volver a ser la niña que cada noche soñaba escuchando la radio asomada al alféizar de su ventana; para empezar a ser la mujer que cruzó la puerta de su pequeño paraíso para irse, vivir y anhelar volver.
Mi otra cara, la que busca ser profesional...
domingo, 25 de marzo de 2012
domingo, 4 de diciembre de 2011
Y mi otra mitad... él.
Y aquél domingo el Oviedo llevó a Valdebebas el espíritu de un Tartiere que para mí sonaba lejano...
Recién llegada a casa sólo puedo dar las gracias. Porque en tan sólo un día y junto a ti, he recordado por qué me pasaba los fines de semana pegada a la radio con ocho añitos cuando apenas entendía la dimensión de aquél deporte, de aquellos colores, y aquellas palabras. Ni siquiera sabía qué significaba ser carbayón, pero yo sentía que lo era, y me gustaba. Hasta entonces nada me paralizaba durante más de dos segundos, y un gol en el Tartiere colapsaba mis sentidos. Porque recordé también por qué nos picábamos y apostábamos lacasitos en los clásicos. Por qué disfrútabamos tanto. Porque el fútbol iba a ser también la razón para conocer y querer a la que hoy puedo gritar bien alto que es como una hermana para mí. Porque hoy me he vuelto a dar cuenta que el fútbol lo es todo para mí y la razón es simple; no se trata de una pelota, de veintidós jugadores, de innumerables medios de comunicación o de cientos de discusiones en la barra de un bar. El fútbol son grandes y geniales nombres propios, conocidos o maravillosamente desconocidos, que conforman mi vida. Que se convierten en entrenadores de categorias modestas, en periodistas tan humanos como profesionales, en jugadores que son tan puros como su juego o en aficionados enormes de esfuerzos aún mayores. Grandes y geniales nombres propios que se convierten incluso en tus anhelos, en tu mejor amiga, en tu mejor amigo, o que no son otros que tu padre y tu madre, que siempre han estado ahí. Son cientos de gargantas, miles de palmas o millones de miradas puestas en algo común. Y es que es eso lo bonito, es más lo que nos une de lo que nos separa. Y pienso unirme a ti, para toda la vida. El sentimiento que nos une está claro, es azul.
Recién llegada a casa sólo puedo dar las gracias. Porque en tan sólo un día y junto a ti, he recordado por qué me pasaba los fines de semana pegada a la radio con ocho añitos cuando apenas entendía la dimensión de aquél deporte, de aquellos colores, y aquellas palabras. Ni siquiera sabía qué significaba ser carbayón, pero yo sentía que lo era, y me gustaba. Hasta entonces nada me paralizaba durante más de dos segundos, y un gol en el Tartiere colapsaba mis sentidos. Porque recordé también por qué nos picábamos y apostábamos lacasitos en los clásicos. Por qué disfrútabamos tanto. Porque el fútbol iba a ser también la razón para conocer y querer a la que hoy puedo gritar bien alto que es como una hermana para mí. Porque hoy me he vuelto a dar cuenta que el fútbol lo es todo para mí y la razón es simple; no se trata de una pelota, de veintidós jugadores, de innumerables medios de comunicación o de cientos de discusiones en la barra de un bar. El fútbol son grandes y geniales nombres propios, conocidos o maravillosamente desconocidos, que conforman mi vida. Que se convierten en entrenadores de categorias modestas, en periodistas tan humanos como profesionales, en jugadores que son tan puros como su juego o en aficionados enormes de esfuerzos aún mayores. Grandes y geniales nombres propios que se convierten incluso en tus anhelos, en tu mejor amiga, en tu mejor amigo, o que no son otros que tu padre y tu madre, que siempre han estado ahí. Son cientos de gargantas, miles de palmas o millones de miradas puestas en algo común. Y es que es eso lo bonito, es más lo que nos une de lo que nos separa. Y pienso unirme a ti, para toda la vida. El sentimiento que nos une está claro, es azul.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Crecer, al derecho y al revés.
La vida es pura contradicción: error y acierto a la vez. Sabemos que no todo es blanco o negro, que existen los matices, pero cuando queremos a alguien queremos contar con esa persona en todo, incondicionalmente. Odiamos los extremismos pero aborrecemos las medias tintas porque no llevan a nada, porque no nos convencen... Anoche me di cuenta que tenías razón, piensas las cosas la mitad que yo, pero quizá por eso tengas razón, no sé lo que quiero. Sé cómo lo quiero, sé qué siento a cada instante.... pero lo que quiero no lo sé, es algo tan natural y espontáneo que lo voy averiguando a cada paso que voy dando. Lo que doy no son tumbos, son clases prácticas de lo que a otros que escogen no vivir, les van contando.
Asturias
"Allí estabamos las dos, esperando nuestro turno para pagar. Sostenía un pequeño árbol de Navidad similar al que yo, avergonzada, escondía en mis brazos. Se dio cuenta de que me había quedado mirando su pequeño tesoro y le sonreí. Ella, ruborizada y con los ojos como platos, se giró hacia su madre para decirle: ves mamá, no es pronto para poner el árbol... Vi en aquella niña todo lo que ya no sabía ver en mí; aquello que no consigues poniendo un árbol de Navidad en el salón, aquello con lo que me reencuentro cada vez que me subo a ese autobús: un hogar al que volver sin el que no tiene sentido ir detrás de tus sueños."
miércoles, 26 de octubre de 2011
Dividirte en dos...
Cuando piensas que el día va a acabar sin más, bajas a tomar un café al bar... llegas tarde, tu cita ya no está. Sacas tu portátil y un chico se sienta a tu lado. Trabaja para médicos sin fronteras y si al escucharle le miras directamente a los ojos puedes ver toda la penuria, malnutrición, dolor y barbarie que impregna su alma. Avergonzándote de ti misma, buscas esquivarle mirándo tu taza. Ojalá algún día tuviera el valor para decidirme a hacer lo mismo, piensas.. y luego, cuando se despide porque en 4 horas coge un avión hacia Nairobi, tu burbuja se rompe. Te quedas allí, jugando con su tarjeta entre tus dedos y te ves rodeada de gente superficial, un móvil que no funciona, un café que no sabe bien y el vacío en el pecho de no estar viviendo por y para quien lo necesita en cualquier rincón de este puto y cruel mundo.
lunes, 19 de septiembre de 2011
Gravedad...
Esa extraña necesidad de aliviar tu pesar, de compartir tu soledad. De que mi cuerpo sea tu abrigo cuando el corazón se canse de volar a la altura a la que el suyo no vuela contigo.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Cómo olvidarlo... si jamás podré entenderlo.
No había cumplido los once años y estaba frente aquél gran televisor en casa de mi tía, sentada en el suelo. Todo el mundo se quedo en silencio, no daban crédito. Y yo revisaba todas las esquinas de la pantalla buscando algo que me dijera que aquello no era real, que era una película. Pero no, la voz titubeante de Ana Blanco no dejaba dudas. Era real. Un desgraciado accidente. Cambias de canal en busca de certeza, pero no encuentras nada. Entonces vuelve a pasar, otro avión, y un grito ahogado recorrió aquel salón. No quería hablar con nadie, me acurruqué en una esquina y me hice ajena a las conversaciones. Mis retinas captaron durante horas imágenes que nadie habría imaginado. Ni era un accidente, ni el ser humano está hecho para comprender tal atrocidad aunque aquél día se demostró que sí para cometerla, despojándose de todo rastro de humanidad. Dile tú a esa niña que dejara de llorar aquella noche encerrada en el baño mientras maldecía a Dios por toda la gente que había visto lanzarse por las ventanas en su desesperación. Me quedaban muchas cosas por comprender aún, y cada vez que comprendo alguna aparecen otras tantas que se me escapan. Aquél día el mundo se paró, pero no estoy segura de que el hombre aprendiera la lección. Y ese es el peor de los homenajes a las víctimas, porque a ellas y los que las querían una guerra injusta, el dinero y el fanatismo les arrebató la vida, y nosotros, que tuvimos ante nuestros ojos tan barbarie aún no sabemos vivir las nuestras y hacer más fácil la de los demás. Luchar por las personas y no por los ideales. Diez años después esa niña sigue llorando su incomprensión dentro de mí, y no creo que deje de hacerlo nunca.
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