domingo, 17 de abril de 2011

Niebla.

"Qué frío. Se había sentado en el rincón de siempre, a unos pocos escalones del suelo y unos cuantos más del cielo, y con la noche, sobre sus hombros, como único abrigo. Desde allí podía ver las calles de su ciudad, y el camino por dónde tantas veces había vuelto a casa cuando vivía allí. Con el primer escalofrío se abrazó a sus piernas y se acurrucó buscando en la madera de aquél banco un calor que no encontraba en ningún sitio. Ni en casa, ni en su cama, ni en sí misma. Un calor que se le quedara dentro.  La niebla iba haciéndose con las pequeñas casas  y los caminos que las unían, y con su cuerpo también. Se maravilló al ver como en apenas un instante la envolvía por completo. Pero no le disgustaba la sensación. A fin de cuentas, la niebla y ella tenían mucho en común. Iban y venían, y a pocos les importaban realmente qué ocurría con ellas a no ser que se vieran solos en la noche o necesitaran esconderse de alguien o de sí mismos. Estaba cansada. La niebla era misteriosamente bonita, y si alguien se preocupara de quererla también por las mañanas la vería convertida en una bocanada de aire fresco, el único antídoto que uno necesita para dejar de tener que esconderse por las noches en su manto. Entonces oyó su nombre, alguien la llamaba. Tocaba volver adentro, al calor de la chimenea donde todos la esperaban. Se sacudió las manos en su pantalón y cogiendo un retazo de niebla en sus manos se pintó la sonrisa. Era lo que los demás esperaban de ella. Una sonrisa con la que distraerlos de sus penas. La tristeza que ella llevaba dentro sólo podía compartirla entre la niebla, donde nadie los viera besarse, donde los besos nunca llegan a la mañana, mueren antes de desenlazar las manos. No hay mañanas hechas para ellas. Sólo noches, solo calor del que desaparece al instante. Bajaba los escalones, con su sonrisa ya puesta, mientras sus ojos lloraban por dentro, se inundaban en culpabilidad. Si a alguien le podía reprochar algo era a sí misma, por quererlos, ninguno se lo había pedido. Así que ahora debía sentarse en la esquina de aquél corredor con la soledad por compañía a ver cómo cada mañana todos siguen sus vidas, como si nada pasara, y sin sitio para ella. La ignorancia y la indiferencia no pueden ser tan malas, pensó, al final del cuento todos optan por vivir con ellas. Maldita niebla. Maldita niña, cómo vas a madurar si vas de juguete roto en juguete roto. Acabarás convirtiendote en uno de ellos. Acarició al perro, y abrió la puerta. Entró en casa y dejó su tristeza en la puerta. La recogería antes de volver a Madrid."

sábado, 16 de abril de 2011

Uno, dos, tres... y ¿cuatro? Olvídate...

"A la mierda. A la mierda la bicicleta. Así se titulaba uno de los libros que más veces había leído de niña, pero eso se quedaba corto en comparación con las ganas que tenía de mandarlo todo a paseo. El pasado, el presente y lo que eso pudiera condicionar el futuro. Se iba a ir todo por el retrete. ¿Para qué pensar en los demás si nadie va a tomarse la molestia de pensar en qué coño puedes sentir tú? No lo has hecho bien, has cometido errores y has acertado en algunas cosas pero siempre, siempre has dado todo de ti, sin importarte que ocurriría al día siguiente contigo, pensando siempre en la persona que estaba a tu lado, ¿y para qué? se preguntaba ella mientras recorría aquella inmensa y gris playa. Para acabar como siempre, sola y jodida. Y como si respondiera a su estado de ánimo, empezó a llover. Pues no, ya bastaba. Tenía demasiadas arrugas en el alma como para dejarse engatusar por el primer hombre de tres al cuarto con mirada felina y ojos oscuros que se cruzara en su camino. Ya sabía a dónde llevababa aquél sendero sin falta de recorrerlo, y él no lo entendía, para él era un simple paseo. Pues para ella no. Para ella era una mierda más en su camino, una pieza de toque por la que no estaba dispuesta a pasar, un riesgo que el cuerpo no le pedía correr. Un fraude, un engaño. Un animal sin carisma, con el que no le apetecía batirse en duelo. Olvídala no es para ti, por mucho que le apures las horas a la madrugada y la sumerjas en la mañana, el sol no enmascara a los cobardes, los delata aún más. Ni la distancia, ni las palabras escogidas con sumo cuidado, ni las verdades a medias, nada, nada enmascara a un cobarde. Pero no debían preocuparse, con ella eran cobardes todos, el problema era que lo fueran consigo mismos... eso tenía más difícil solución"

jueves, 14 de abril de 2011

A jugar se aprende jugando...

Estaba empapado. Intentaba encender el pitillo pero no lo lograba y su desesperación aumentaba. Qué hacía allí, qué coño estaba haciendo con su vida. Lo que hace años tenía sentido, ahora carecía por completo de razón. La había perdido. A ella y a la razón. Pero no era eso lo que le enfadaba, lo que le enfadaba era haberse perdido a él también por ser lo que ella buscaba. Y para qué. Lanzaba el mechero con furia a la acera, y destrozaba el cigarrillo mojado entre sus manos. Quién en su sano juicio piensa que las cosas son para siempre, quién es el estúpido que aún cree que en el mundo en el que vivimos dejarlo todo por seguir a una persona, dejarlo todo por amor... funciona. Los dos habían sido víctimas del éxito, del que tenían por separado. Y allí estaba con poco más de veinte años, treinta euros en la chaqueta, una vida por delante y nada de lo que había planeado. Su vida era como sus vaqueros, ajustada y gris, y sus días como los cuatro cigarros que le quedaban en la mano, todos iguales. Pero algo tenía de diferente aquella noche, uno siempre guarda un mechero en el bolsillo trasero... aquella noche no la iba a pasar a oscuras, alguien la encenderia.

miércoles, 13 de abril de 2011

Dale cinco minutos, ella te lo dará todo...

"Y se aferraba a la almohada, cual niña a su anhelo. Aún no se había acostumbrado al húmedo Londres, pero aún así, dejaba encendido el candil y se introducía desnuda entre las sábanas, bajo aquél majestuoso dosél. Dormía desnuda desde la última vez que él estuvo allí, le gustaba pensar que eran sus manos las que la acariciaban y no las frías sábanas que la señora Dempsey cambiaba cada mañana de aquél melancólico Abril. La muchacha sabía de su dudosa reputación, abandonar la casa de su madre y mudarse sola con su fiel sirvienta a la casa de la familia en Londres a todo el mundo le parecía una chiquillada, pero en ella, en lo más profundo de su ser, todo aquello tenía el mayor de los sentidos, la mayor de las justificaciones: la pequeña se había enamorado. Huía de unas normas sociales que la asfixiaban y de una familia que la reprimía. Y quizá abandonando la finca de Llanerchaeron y dejando Gales consiguiera escapar de aquello y de una vida programada, pero si de algo no podía huir, era de si misma. Se había enamorado de un hombre. De un hombre casado. Y su familia jamás se lo iba a perdonar. Se estremecía al pensar que ya no había marcha atrás, pero eso a su vez la emocionaba. Tenía todas las de perder, iba a ser una amante defenestrada, y tarde o temprano se iba a quedar sola porque por mucha pasión que le uniese al señor Dalton, ellos sólo aman a sus esposas, jamás dejaría nada por ella, y lo sabía. Pero como no tenía miedo a conocerse, asumió sus ganas de sentir, incluso el dolor y apostó su vida a un palpito. Se hallaba en una ciudad inmensa y gris, húmeda y distante, lloraba por las noches su ausencia... pero era feliz, se sentía libre por primera vez en mucho tiempo.

- Mañana me cortaré el pelo -pensó en voz alta mientras la señora Dempsey intentaba que desayunara algo-. Hoy iré al 165 de Raimondtown y pediré trabajo en la pastelería, seré como un gato callejero, o como una muchacha de pueblo. Y me pasaré las noches colgada de la luna, soñando. Yo soñaré con él, y él soñará con poder tenerme sin lograrlo.


-No tientes más a la suerte niña, bastante que tus padres te han dejado quedarte aquí... sabes que si trabajas sería una deshonra más para la familia. Las noticias vuelan cariño, tras estas ventanas hay más gente de la que te imaginas, que ni tan siquiera conoces, que anda tras tus pasos y espera verte cometer errores para tener algo que comer con el té, en lugar de las insípidas pastas que hacen aquí.

La señora Dempsey era como su madre, y siempre le recordaba cuando la muchacha le exponía sus planes, sin éxito alguno claro está, que debería ser ella, pero cuidarse mucho de causarse más problemas de los que la vida ya le daba. Aquella anciana mujer la había criado desde bien niña y había sido testigo en silencio de los amoríos de la chiquilla, había estado a su lado las noches en las que se escapaba para verle, y le había secado las lagrimas las mañanas en las que amanecía sin él. De ninguna manera aprobó aquello al principio, pero su amor hacia Jane era tal que tuvo que acabar aceptando que si su amor por ella le permitía cubrirla, el amor que esta sentía por aquel descuidado y delgaducho caballero era lo suficientemente fuerte como para no cejar en el empeño de vivir su momento. La anciana mujer había vivido algo similar, que dejó pasar, y no se veía capaz de privar a la jovencita de cometer sus propios errores y crear sus propios recuerdos. 

-Cuando muramos, pequeña, sólo recordaremos las cosas buenas, las personas a las que hemos querido y las elecciones que tomamos por nosotros mismos. Sé feliz, pero no des más disgustos a esta pobre mujer, que no gana para canas con tus aventuras... si querías vivir la vida que viven las protagonistas de las novelas que leías cada tarde al sol, he de felicitarte. Las estás viviendo todas."

martes, 12 de abril de 2011

Esbozos...

Por mucho que a las letras las llamemos caracteres, el papel en blanco sea del color que soñemos que sea y las palabras tengan la magia de borrarse a nuestro antojo, escribir sigue siendo algo sin igual, algo que sobrevivirá a todos los cambios a los que este vertiginoso mundo nos somete, ¿la razón? Es lo único que continua saliendo de nuestro interior, es una conversación en voz alta con uno mismo en busca de un rincón en silencio, una via de escape ante el mundanal ruido, ante las opiniones de todo el mundo. Es nuestro Pepito Grillo, nuestro lienzo... el lugar donde esbozar qué hemos sido, qué somos y qué creemos que seremos, todo ello para luego releer, ver que nos habíamos equivocado en casi todo y aprender de uno mismo. Algo que el ser humano no es capaz de llevar a cabo. Las palabras que se escriben de verdad, que se sienten y que salen de dentro, son las únicas que no se lleva el viento, que no caen en saco roto o que no engulle el mundo 2.0. Prometo, y he de ser fiel a esta primera palabra para serlo a algo para variar, no pintar en vano retazos vacíos de emociones y sentimientos, vacíos de contenido y de vida. Prometo que nada de lo que aquí recaiga será ajeno a algún pequeño sentimiento para conmigo, para contigo, para con él o para con el mundo. Internet es frío, e impersonal, pretendo sobrevivir a él dejando aquí todo el calor humano, con sus errores, sus miedos, sus dudas, sus alegrías y sus emociones, que me queda dentro. Esto es sólo una pincelada con la suma de todos los colores y la ausencia de todos ellos, en blanco y negro, para esbozar la mayor de las libertades y la más sincera sonrisa ante la idea de escribir sin reparos sobre lo que revolotee esta inquieta mente y todo aquello que recorra lo que sea que tengamos por dentro, eso que muchos nunca llegan a conocer por miedo: a sí mismos.