miércoles, 13 de abril de 2011

Dale cinco minutos, ella te lo dará todo...

"Y se aferraba a la almohada, cual niña a su anhelo. Aún no se había acostumbrado al húmedo Londres, pero aún así, dejaba encendido el candil y se introducía desnuda entre las sábanas, bajo aquél majestuoso dosél. Dormía desnuda desde la última vez que él estuvo allí, le gustaba pensar que eran sus manos las que la acariciaban y no las frías sábanas que la señora Dempsey cambiaba cada mañana de aquél melancólico Abril. La muchacha sabía de su dudosa reputación, abandonar la casa de su madre y mudarse sola con su fiel sirvienta a la casa de la familia en Londres a todo el mundo le parecía una chiquillada, pero en ella, en lo más profundo de su ser, todo aquello tenía el mayor de los sentidos, la mayor de las justificaciones: la pequeña se había enamorado. Huía de unas normas sociales que la asfixiaban y de una familia que la reprimía. Y quizá abandonando la finca de Llanerchaeron y dejando Gales consiguiera escapar de aquello y de una vida programada, pero si de algo no podía huir, era de si misma. Se había enamorado de un hombre. De un hombre casado. Y su familia jamás se lo iba a perdonar. Se estremecía al pensar que ya no había marcha atrás, pero eso a su vez la emocionaba. Tenía todas las de perder, iba a ser una amante defenestrada, y tarde o temprano se iba a quedar sola porque por mucha pasión que le uniese al señor Dalton, ellos sólo aman a sus esposas, jamás dejaría nada por ella, y lo sabía. Pero como no tenía miedo a conocerse, asumió sus ganas de sentir, incluso el dolor y apostó su vida a un palpito. Se hallaba en una ciudad inmensa y gris, húmeda y distante, lloraba por las noches su ausencia... pero era feliz, se sentía libre por primera vez en mucho tiempo.

- Mañana me cortaré el pelo -pensó en voz alta mientras la señora Dempsey intentaba que desayunara algo-. Hoy iré al 165 de Raimondtown y pediré trabajo en la pastelería, seré como un gato callejero, o como una muchacha de pueblo. Y me pasaré las noches colgada de la luna, soñando. Yo soñaré con él, y él soñará con poder tenerme sin lograrlo.


-No tientes más a la suerte niña, bastante que tus padres te han dejado quedarte aquí... sabes que si trabajas sería una deshonra más para la familia. Las noticias vuelan cariño, tras estas ventanas hay más gente de la que te imaginas, que ni tan siquiera conoces, que anda tras tus pasos y espera verte cometer errores para tener algo que comer con el té, en lugar de las insípidas pastas que hacen aquí.

La señora Dempsey era como su madre, y siempre le recordaba cuando la muchacha le exponía sus planes, sin éxito alguno claro está, que debería ser ella, pero cuidarse mucho de causarse más problemas de los que la vida ya le daba. Aquella anciana mujer la había criado desde bien niña y había sido testigo en silencio de los amoríos de la chiquilla, había estado a su lado las noches en las que se escapaba para verle, y le había secado las lagrimas las mañanas en las que amanecía sin él. De ninguna manera aprobó aquello al principio, pero su amor hacia Jane era tal que tuvo que acabar aceptando que si su amor por ella le permitía cubrirla, el amor que esta sentía por aquel descuidado y delgaducho caballero era lo suficientemente fuerte como para no cejar en el empeño de vivir su momento. La anciana mujer había vivido algo similar, que dejó pasar, y no se veía capaz de privar a la jovencita de cometer sus propios errores y crear sus propios recuerdos. 

-Cuando muramos, pequeña, sólo recordaremos las cosas buenas, las personas a las que hemos querido y las elecciones que tomamos por nosotros mismos. Sé feliz, pero no des más disgustos a esta pobre mujer, que no gana para canas con tus aventuras... si querías vivir la vida que viven las protagonistas de las novelas que leías cada tarde al sol, he de felicitarte. Las estás viviendo todas."

No hay comentarios:

Publicar un comentario